Colaboraciones

LA MUJER EN LA IGLESIA





Históricamente, la mujer ha estado sometida en la vejación e indignidad. Ha sido considerada casi una esclava, un ser sin entidad social ni jurídica. Desde el principio, el hombre, sabiéndola superior, decidió relegarla. En ello y en todo el pensamiento occidental, ha pesado sobremanera el relato del Génesis que responsabiliza, de la transgresión y consecuente expulsión del Paraíso, a dos figuras femeninas: Eva y la serpiente. La E.M. y el Renacimiento imaginaron al perverso animal con rostro de mujer e incluso, con un busto de abundantes senos (así, las Biblias Ilustradas “Díptico de la tentación” de Hugo van der Goes s. XV). Son las causantes de la desgracia, introducen el pecado en el mundo con terribles consecuencias. Una seduce, es la tentadora, la otra se deja tentar. Representan la desobediencia en la historia, la maldad y la debilidad.

En la Igle­sia, a medida que se convertía en la religión ofi­cial del Estado Romano, a las mujeres, que tanto habían contribuido a su expansión por el Viejo Imperio, se las apartó de la jerar­quía y se les prohibió el sacerdocio y la predicación. Injusto, pero exactamente acorde con el trato civil, la mujer era considerada una eterna menor de edad, sometida siempre al poder varonil.

El obispo de Bilbao R. Bláz­quez presidente de la Conferencia Episcopal acaba de afirmar en una entrevista “que no cree que la Iglesia Católica llegue a aceptar que las mujeres sean sacerdotes”. Es la tesis que viene manteniendo el Papado durante varios siglos: «la Iglesia no se siente autorizada a conceder el mi­nisterio sacerdotal a las mujeres; la palabra de Nuestro Señor es vinculante».

Pero, Jesucristo no dice en ningún momento que las mujeres no pueden acceder al sacerdocio. Al contrario, las acoge en plan de igualdad y dignidad en el discipulado (Lc 8,1-3), se aparece primero a la Magdalena y la nombra Apóstola de los Apóstoles (Jn 20,14-18); habla y tiene altas conversaciones teológicas con la Samaritana, a quien también nombra Apóstola (Jn 4,16.29) y con Marta (Jn 11,17ss); y se deja lavar los pies y embalsamar por María (Jn 12,3ss).

También San Pablo, pese a estar tildado de pro­funda misoginia por considerarle frases aisladas, sigue el principio de igualdad y dignidad de la mujer. El mayor timbre de gloria de la mujer está para el Apóstol en que Jesucristo "nació de una mujer" (Gal 4,4), no de la Virgen, sino de una mujer dice, para ensalzarla y engrandecerla.

Uno de los principios básicos del cristianismo es la igualdad. El hombre no ocupa ya un puesto de favor, ni la mujer un puesto de segunda categoría.Tanto los individuos, como los pueblos, tienen los mismos derechos sin distinción de razas y de sexos. Lo proclamó en una frase lapidaria: “Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer. Todos vosotros sois lo mismo en Cristo Jesús" (Gal 3,28). Establece la igualdad socio-política y religiosa del hombre y la mujer.

En las relaciones humanas, acaso lo más fundamental es el sexo. Pues bien, en la sexualidad el hombre y la mujer tienen los mismos derechos y obligaciones: "La mujer no es dueña de su cuerpo, sino el marido. Tampoco el marido es dueño de su cuerpo, sino la mujer" (1 Cor 7,3-5). El machismo de la época queda absolutamente abolido en la ética cristiana.

San Pablo defiende el derecho personal a llevar, igual que lo hacen los demás apóstoles, en su apostolado, a mujeres cristianas colaboradoras con él en la predicación del Evangelio (1 Cor 9,5). Fue consecuente con el principio de igualdad, en la teoría y en la práctica. La primera cristiana de Europa es Lidia, amiga de Pablo y su casera (He 16,14-15). Entre sus colaboradores, hay un nutrido grupo de mujeres, como aparece en el cap. 16 de la carta a los Romanos: "Os recomiendo a Febe, ministra-diaconisa de la Iglesia de Cencres" (Rom 16,1) que ejerce tareas pastorales y tiene la misma categoría que Timoteo: diakonon: l Tes 3,2; 2 Tim 4,5. "Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en la obra de Jesucristo" (Rom 16,3; y 1 Cor 16,19; 2 Tim 4,19, He 18,26), se trata de un matrimonio en que los dos son evangelizadores y apóstoles. "Saludad a María que tanto ha trabajado" (Rom 16,6), designa el trabajo apostólico ejercido con autoridad en la comunidad (Gal 4,11; Flp 2,16; Col 1,29). Lo mismo dice de Trifena, Trifosa y Pérsida, que trabajan afanosamente por el Señor (Rom 16,12). “A Junia, apóstol insigne" (Rom 16,7), insigne entre los apóstoles. Pablo recuerda a Julia, a Evodia y a Síntique, misioneras infatigables (Flp 4,2-3); y a otras muchas mujeres: Cloe (1 Cor 1,11), Claudia (2 Tim 4,21), Loide (2 Tim 1,5), la madre de Rufo (Rom 16,13).

La mujer ha soportado la postergación social, hasta que ya no aguantó más y se sacudió el yugo. Hoy avanza y está copando todos los espacios de la sociedad, desde la política, a los oficios más variados. Los tiempos han cambiado, quizá llegue la hora, tan esperada por muchas mujeres activas en la Iglesia, de que el Vaticano le abra, en sus instituciones, los cauces. Su condición natural de diálogo y de paz contribuirá siempre en este ambiente materialista al crecimiento de individuos que vivan la entrega, el servicio y el amor al prójimo, menos violentos y egoístas. Allí, donde exista la dirección y el ordenamiento de la mujer, la sociedad encontrará solución a muchos problemas y se creará un ambiente más libre, justo y dialogante.


Camilo Valverde Mudarra

(Lcdo. en Filología Románica, Catedrático de Lengua y Literatura Españolas,
Diplomado en Ciencias Bíblicas y poeta).

Franky  
Jueves, 26 de Enero 2006
Artículo leído 3155 veces

También en esta sección: