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Hartos de nacionalistas





Imagen cedida por www.lakodorniz.com
Para los demócratas españoles, el verdadero desafío en estas elecciones no es otro que echar a los nacionalistas del poder. El nacionalismo es hoy el peor enemigo de la convivencia y la democracia en España, tanto o más que la corrupción, que la degradación del sistema, que el poder excesivo que han acumulado los partidos políticos y sus castas y élites profesionales..

Partidos políticos como Ciudadanos y UPyD, encarnación de los más nobles y regeneradores sentimientos de la sociedad española, deben su éxito inicial a su crítica feroz y valiente al nacionalismo y a su llamamiento a los ciudadanos para que pongan freno a los abusos y ambiciones de ese nacionalismo que, de la mano de los socialistas, está envenenando la convivencia y la democracia. Rosa Díez lo ha dicho con claridad meridiana: “La gente está harta de que, gane quien gane, siempre manden los nacionalistas”.

Los nacionalismos vasco y catalán, al que ahora se agrega el ridículo nacionalismo gallego, son verdaderos fascismos, aunque camuflen sus ideas, y son también la más fea plaga del país y su mayor amenaza.

Cuando es extremo, el nacionalismo es enemigo directo de la democracia, que es el arte de convivir en armonía y libertad, entre iguales, desquicia, enerva, crispa, degrada y degenera. Suele ser violento y vive alimenándose del victimismo y de la reivindicación permanente. Niega el principio de la igualdad porque resalta las diferencias entre ciudadanos, culturas y pueblos, apuesta por lo que disgrega y exige derechos relegando deberes. Odia al vecino y suele apelar, para prosperar, a lo peor del alma humana, criando alimañas y gente insatisfecha, frustrada, resentida y vengativa. Los nacionalistas anteponen el terruño a cualquier ciudadanía, nacional o universal, y siempre elevan hasta el liderazgo a energúmenos mediocres, más dados a utilizar sentimientos y pasiones que argumentos racionales.

Culpable en buena parte del problema nacionalista de España es la legislación electoral, desequilibrante e injusta, que otorga al nacionalismo una representación exagerada y un poder excesivo en relación con el escaso número de votos que cosecha. Reformarla debería ser una prioridad, si este país aspira a subsistir.

La historia del siglo XX ha demostrado con creces que, para alcanzar sus objetivos y colmar sus ambiciones, los nacionalismos no sólo han mentido y engañado, sino también torturado y asesinado, incluso a sus propios pueblos.

Los nacionalistas, cuyo pequeño número sólo les permitiría limitadas cuotas de poder regionales, han sido elevados insensatamente hasta el liderazgo nacional por el PSOE, que los ha situado en la cúspide de las grandes deciones que afectan al presente y al futuro de España. Son los mayores adversarios de la convivencia y de la democracia. Por eso, derrotarlos y reducir su cuota de poder debería ser el primer objetivo de los demócratas y de la gente honesta de España.

El PSOE, actualmente en manos de un Zapatero insensato cuya matriz ideológica se resume en el control del poder por cualquier medio posible, por haber convertido a los nacionalistas en sus compañeros de viaje, por haber sellado con ellos alianzas bastardas, sin otro sustento que el reparto del pdoer y por haberles entregado un poder que no merecen ni les correspondería en una democracia avanzada, ha contraído una deuda enorme con el progreso y con la democracia de España.


   
Lunes, 25 de Febrero 2008
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