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Época de indecentes





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El siglo XIX fue de soñadores insensatos y el siglo XX mezcló la innovación con el mal gobierno, generando por igual avances científicos y tecnológicos y retrocesos en el liderazgo y en el respeto al ser humano, con bestias asesinas al frente de gobiernos que practicaron la guerra como un deporte y asesinaron a decenas de millones de personas. Nuestra época es extraña y parece enferma, encapsulada, paralizada, metida en si misma, incapaz de distinguir entre el bien y el mal, torpe para optar por una vía u otra, poblada de gente de bien y de depredadores como nunca antes se habían visto por los caminos de la historia. Es la nuestra una época confusa donde dominan los engañadores y donde el ser humano parece haber perdido todo su antiguo y digno sentido de la decencia y de la libertad, mostrándose capaz de dejarse someter por líderes incultos y tan mediocres que ni siquiera la inteligencia sirve para derrotarlos.

A pesar de la velocidad con que cambia todo, nos sentimos envueltos en la parálisis, sumergidos en una situación histórica de estancamiento. El vértigo de la vida moderna es pura ilusión. Lo que percibo es que esta época repite lo mismo una y otra vez. El hastío desplazó a la creación. No estamos modificando nada. No avanzamos, ni logramos que el mundo sea un gramo mejor que el de antaño.

Hablando de España, no creo que sea un país serio, ni quizás tampoco un país. Padecemos un liderazgo atroz, el peor que se recuerda. Formalmente es una democracia, pero realmente es un neofeudalismo con un jefe autoritario que se ha horneado en las fraguas del autoritarismo interno de su partido, que ni siquiera sabe en qué consiste la democracia. Es un tipo que llegó al poder con sonrisa y que parecía altruista, pero hoy aquella sonrisa se le ha helado y ha adquirido profundas ojeras, piel transparente y expresión de vampiro. Se declara demócrata, pero opera como un sátrapa. Su obsesión es controlar el poder y, para lograrlo, está dispuesto a hacer demasiadas cosas, más de las prudentes, incluso impedir a la oposición el acceso al poder, logrando así, por la vía truculenta, una falsa democracia de partido único. Hasta es capaz de tomar decisiones en contra de la mayoría de los ciudadanos de su país. ¿Acaso no sabe que la democracia exige el sometimiento del líder a la voluntad del pueblo soberano? Se cree inteligente, pero es torpe. Quizás él cree que reforma y avanza, pero sólo da vueltas, creando en su nefasto periplo una estela de decepción, despertando fantasmas del pasado y reanimando el odio y el rencor. Y lo peor de todo es que, como sólo sabe alimentarse de la sumisión, nadie le dice la verdad y el surco errático y negativo que traza cada día es más profundo y nocivo.

A los poderosos sólo les importa el poder y ni siquiera saben que el liderazgo, en democracia, tiene que adornarse de humildad, de servicio y de respeto.


   
Domingo, 24 de Febrero 2008
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