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El poder político se encastilla y se enfrenta a la ciudadanía



Sin que la mayoría se de cuenta, pero ante nuestras mismas narices, se está produciendo un drama de graves consecuencias que pulveriza la democracia y cambia 180 grados el rumbo del mundo: el poder político se ha atrincherado en su castillo, se ha blindado y ha decidido por fin enfrentarse abiertamente al pueblo.
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Se acabó la política entendida como servicio al pueblo y ha llegado el punto final a la esencia de la democracia. El poder es ya una casta que únicamente pretende satisfacerse a si misma y a sus aliados y protectores. Encastillado y divorciado del pueblo, es como un retorno al absolutismo, pero lleno de hipocresía y falsedad, negando el nuevo poder absoluto y engañando al pueblo para que se crea soberano e importante y siga creyrendo en la democracia.

Hacen lo que quieren, ignoran los deseos del ciudadano y doblegan a diario la voluntad popular, cobran los impuestos que quieren, sancionan, castigan y arruinan vidas sin tener que pagar por ello, han dejado de temer al pueblo y es el pueblo el que les teme a ellos. Ya ni siquiera sienten pudor a la hora de robar, estafar y abusar. El poder político moderno se ha independizado de los ciudadanos, ha prostituido la democracia y se ha encastillado para hacerse temible e invencible, rodeado de unos recursos que lo hacen invencible, cuidados y blindados por legiones de escuderos que lo defienden, sobre todo de policías, jueces y periodistas ajenos a la verdad.

Algunos creen que es la confirmación del vaticinio de Platón, que afirmó que la democracia siempre tiende a deteriorarse, por culpa de los ambiciosos y los corruptos y que después de la democracia llegan siempre la oligarquía y posteriormente la tiranía, pero otros creen que es un camino perfectamente planificado por los que mandan desde las sombras, que conduce hacia el Estado Universal Único, el sueño de los poderosos que gobiernan el mundo.

Carece ya de sentido discutir si la democracia que tenemos es más o menos perfecta porque la discusión correcta es si la tiranía camuflada que padecemos puede o no puede ser derrocada por la ciudadanía y sustituida por aquel viejo sistema de libertades y derechos bajo control de los ciudadanos, al que llamamos democracia, en nada parecido al falso y degradado sistema actual.

El profundo deterioro tiene dimensiones mundiales y hay pocas naciones que conserven cierta decencia en su vida política, pero hay naciones, como España, donde el triunfo de la política traidora al pueblo y bastarda es casi pleno.

Los falsos demócratas, tanto si son de derechas como de izquierdas, han dado ya la espalda al pueblo y gobiernan para ellos mismos y para sus patrocinadores y aliados. Cobran más impuestos de los necesarios; se rodean de privilegios que les convierten en una casta; se financian descaradamente con fondos públicos; manipulan las leyes para que les beneficien a ellos y asusten al pueblo; han construido un Estado enorme y muy difícil de costear, lleno de funcionarios y servidores, donde caben todos sus familiares y amigos; han controlado todos los resortes del poder, desde las leyes y los tribunales hasta la policía, el ejército, los medios de comunicación y el dinero; han expulsado a los ciudadanos de la política, que ejercen en monopolio, y gobiernan ya casi sin controles ni límites.

El único poder que han dejado en manos del pueblo son las elecciones, pero son procesos cada día mas trucados y controlados por el poder, con candidatos que ellos mismos eligen, con recuentos de votos opacos e imposibles de garantizar, con promesas que después incumplen, sin respeto alguno a la democracia y a la ciudadanía.

En los paises podridos, el voto ciudadano carece de peso y es ya una ceremonia destinada a engañar a los ciudadanos haciéndoles creer que ellos eligen.

El encastillamiento de los político en el poder y su conversión en una casta privilegiada que lo controla todo está dando pie a una época de las más oscuras de la Historia, dominada por la corrupción, el abuso de poder y la caída generalizada de los valores humanos y cívicos, un sistema de poder que se parece a un retorno del feudalismo y del viejo absolutismo, ahora con matices y rasgos propios, un híbrido bastardo con ropajes nuevos, pero con un poder todavía más intenso, injusto, desigual, ajeno al ciudadano e inabordable, cuya mayor evidencia es que las élites nunca tuvieron tanto poder como ahora a lo largo de la Historia.

Francisco Rubiales




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Miércoles, 7 de Febrero 2018
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