Dos destructores de España que han sido superados por Sánchez
Trump sugiere que España sea expulsada de la OTAN y ni el Rey ni los militares abren la boca. El país, asustado y temblando ante el poder de Sánchez, es un infierno de cobardes.
El viejo principio de que el poder corrompe es infalible. Pero en España el caso es mas sangrante porque el poder, además de corromper, atonta a la sociedad, narcotiza a las instituciones defensivas, envilece a los políticos y convierte a muchos de ellos en peligrosos enemigos de la democracia y del pueblo.
Quizás los tres mejores ejemplos para demostrar la capacidad de degeneración que posee el poder en la falsa democracia española sean los tres últimos presidentes (Zapatero, Rajoy y, sobre todo, Pedro Sánchez), tres tipos votados por el pueblo con ilusión y esperanza y rechazados después por ineptos y fracasados.
Los tres energúmenos son la demostración palpable de que cuando tipos sin calidad ni grandeza tienen acceso al poder supremo de un país, la única forma de combatir ese mal letal es con layes rigurosas, juicios justos y cárceles implacables.
Zapatero, al que los españoles culparon de todas las desgracias que llegaron con una crisis que él se negó a reconocer, tuvo que convocar elecciones anticipadas y abandonar el primer plano de la política, mientras que Rajoy, mas terco y arrogante que el socialista, se consideraba un triunfador, a pesar de su cobardía y traiciones a sus votantes, hasta que fue depuesto por el hábil Pedro Sánchez con una vergonzosa moción de censura que triunfó.
Ahora, desde la trastienda, el muy iluso sigue considerándose un gran político, a pesar de que fue expulsado del poder de manera humillante y de que es el principal culpable de la debilidad de su partido, al que han abandonado millones de votantes.
Cuando el general Franco dijo antes de morir que todo quedaba "atado y bien atado", quizás se refería a que España, en manos de los políticos, terminaría echando de menos su régimen, a pesar de que era autoritario y escaso en libertades y derechos.
Desde que murió el dictador, el impulso del pueblo español y su ilusión por vivir en democracia han ido frenándose a golpe de malos gobiernos expertos en decepciones, escándalos, corrupciones, abusos de poder y engaños. La democracia resultó ser falsa y los políticos, en lugar de servidores públicos, resultaron ser arrogantes acaparadores de poder, frágiles ante la corrupción y ajenos a la democracia, a los valores y al bien común.
La prensa extranjera dice con razón que el intenso giro a la izquierda de España y el abrazo sorprendente al comunismo, que está gobernando con el PSOE, se debe a la corrupción y a la alienación de la clase política, torpe, inepta e incapaz de darse cuenta de lo que el pueblo desea y siente.
En España, la arrogancia se impone en los viejos partidos, donde los dirigentes no admiten errores ni se plantean los cambios drásticos que el país necesita para castigar a los muchos delincuentes incrustados en el Estado, acabar con la corrupción que desangra la nación, erradicar a los déspotas, democratizar los partidos políticos y fortalecer sus agonizantes valores.
Ante una clase política de tan baja calidad ética y democrática, no hay otra solución que restituir la independencia y el poder a la Justicia y construir las muchas cárceles que el país necesita para encarcelar a los ladrones con poder incrustados en el Estado y obligarles a que devuelvan el botín robado.
La construcción de las cárceles que España necesita para albergar políticos corruptos sería un programa tan grandioso que no sólo acelerará la regeneración sino que, además, relanzará la economía y devolverá el vigor al deprimido sector de la construcción.
Sin Justicia ni cárceles para políticos, España se ha convertido, bajo el sanchismo, en una cloaca plagada de comisionistas, traficantes de influencias, estafadores, políticos ineptos, totalitarios camuflados de demócratas, opresores, jueces sometidos, periodistas comprados, concursos trucados, enchufados innecesarios cobrando del erario, corruptos y parásitos de todas las especies, sobre todo pulgas, piojos y garrapatas con carné de partido.
Francisco Rubiales
El viejo principio de que el poder corrompe es infalible. Pero en España el caso es mas sangrante porque el poder, además de corromper, atonta a la sociedad, narcotiza a las instituciones defensivas, envilece a los políticos y convierte a muchos de ellos en peligrosos enemigos de la democracia y del pueblo.
Quizás los tres mejores ejemplos para demostrar la capacidad de degeneración que posee el poder en la falsa democracia española sean los tres últimos presidentes (Zapatero, Rajoy y, sobre todo, Pedro Sánchez), tres tipos votados por el pueblo con ilusión y esperanza y rechazados después por ineptos y fracasados.
Los tres energúmenos son la demostración palpable de que cuando tipos sin calidad ni grandeza tienen acceso al poder supremo de un país, la única forma de combatir ese mal letal es con layes rigurosas, juicios justos y cárceles implacables.
Zapatero, al que los españoles culparon de todas las desgracias que llegaron con una crisis que él se negó a reconocer, tuvo que convocar elecciones anticipadas y abandonar el primer plano de la política, mientras que Rajoy, mas terco y arrogante que el socialista, se consideraba un triunfador, a pesar de su cobardía y traiciones a sus votantes, hasta que fue depuesto por el hábil Pedro Sánchez con una vergonzosa moción de censura que triunfó.
Ahora, desde la trastienda, el muy iluso sigue considerándose un gran político, a pesar de que fue expulsado del poder de manera humillante y de que es el principal culpable de la debilidad de su partido, al que han abandonado millones de votantes.
Cuando el general Franco dijo antes de morir que todo quedaba "atado y bien atado", quizás se refería a que España, en manos de los políticos, terminaría echando de menos su régimen, a pesar de que era autoritario y escaso en libertades y derechos.
Desde que murió el dictador, el impulso del pueblo español y su ilusión por vivir en democracia han ido frenándose a golpe de malos gobiernos expertos en decepciones, escándalos, corrupciones, abusos de poder y engaños. La democracia resultó ser falsa y los políticos, en lugar de servidores públicos, resultaron ser arrogantes acaparadores de poder, frágiles ante la corrupción y ajenos a la democracia, a los valores y al bien común.
La prensa extranjera dice con razón que el intenso giro a la izquierda de España y el abrazo sorprendente al comunismo, que está gobernando con el PSOE, se debe a la corrupción y a la alienación de la clase política, torpe, inepta e incapaz de darse cuenta de lo que el pueblo desea y siente.
En España, la arrogancia se impone en los viejos partidos, donde los dirigentes no admiten errores ni se plantean los cambios drásticos que el país necesita para castigar a los muchos delincuentes incrustados en el Estado, acabar con la corrupción que desangra la nación, erradicar a los déspotas, democratizar los partidos políticos y fortalecer sus agonizantes valores.
Ante una clase política de tan baja calidad ética y democrática, no hay otra solución que restituir la independencia y el poder a la Justicia y construir las muchas cárceles que el país necesita para encarcelar a los ladrones con poder incrustados en el Estado y obligarles a que devuelvan el botín robado.
La construcción de las cárceles que España necesita para albergar políticos corruptos sería un programa tan grandioso que no sólo acelerará la regeneración sino que, además, relanzará la economía y devolverá el vigor al deprimido sector de la construcción.
Sin Justicia ni cárceles para políticos, España se ha convertido, bajo el sanchismo, en una cloaca plagada de comisionistas, traficantes de influencias, estafadores, políticos ineptos, totalitarios camuflados de demócratas, opresores, jueces sometidos, periodistas comprados, concursos trucados, enchufados innecesarios cobrando del erario, corruptos y parásitos de todas las especies, sobre todo pulgas, piojos y garrapatas con carné de partido.
Francisco Rubiales