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El caso Cifuentes demuestra que la política española es un enorme cubo de basura



La experiencia sufrida por la ya ex presidenta de la Comunidad de Madrid Cristina Cifuentes, plagada de indignidades propias y de traiciones, golpes bajos, acosos y suciedades por parte de su entorno, demuestra que la política española es un espacio podrido, donde son admitidos los que tienen tanta ambición y codicia que no rechazan vivir en las cloacas.

La situación es compleja, pero la clave reside en que un partido político, en este caso el PP, no ha sido capaz de impedir que una presunta cleptómana con escasa dotación ética llegue a ser presidenta de una comunidad autónoma española.

Sea o no sea verdad, lo grave de la situación es que la mayoría de los españoles creen que la política española se ha transformado en una lago pestilente del que huyen las personas decentes y en el que sólo nadan ya patos enfermos de ambición, codicia y poder.
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Resulta que la de este miércoles no ha sido la primera dimisión de Cristina Cifuentes. En 1999 cesó de su cargo de directora del colegio mayor universitario Miguel Antonio Caro, adscrito a la Universidad Complutense de Madrid, envuelta también en acusaciones de robo.

Parece evidente que el jefe del PP, actualmente Mariano Rajoy, es responsable de colocarnos como presidenta de Madrid a una persona que no reunía las mínimas condiciones éticas para el cargo. Pero lloremos todos a la vez porque la plaga de los indecentes es un mal tan extendido que afecta ya a la práctica totalidad de los partidos políticos españoles.

El caso Cifuentes y otros muchos escándalos políticos vividos con estupor por la sociedad española demuestran que no hay filtros, ni selección alguna de calidad en la carrera de muchos políticos españoles.

La democracia exige que los que ejerzan el poder sean los mejores o por lo menos que sean ejemplares, pero España selecciona con frecuencia, para las altas esferas del poder, a delincuentes, comisionistas, extorsionadores, estafadores y a auténticos deficientes morales sin valores ni formación adecuada. Si no regeneramos la política con energía y coraje, pronto estaremos gobernados por ejércitos de mafiosos.

Los partidos políticos españoles están en guerra permanente y sus factorías de destrucción del adversario, verdaderas picadoras de carne, no paran de escupir fuego, contra propios y extraños. Desde hace décadas, lo importante en la política española no es entusiasmar e ilusionar a los votantes con propuestas y programas atractivos, sino destruir al adversario y lograr que los ciudadanos apuesten por el que creen menos malo, que depositen la papeleta movidos más por el odio que por la ilusión y la esperanza.

La consecuencia de esta política de demolición es un país destrozado por el comportamiento deplorable de su clase dirigente, sobre todo por la política, que se ha convertido en una cloaca inmunda, cuando, en democracia, la política está llamada a ser una actividad noble y el lugar donde los mejores y los más generosos sirven a los ciudadanos y defienden el bien común para alcanzar los tres únicos objetivos que merecen la pena en una nación: la convivencia en paz, la justicia y la felicidad del pueblo.

España es ya una víctima de su clase política y el caso de Cristina Cifuentes, recién dimitida tras haber sido acosada por el fuego enemigo y el de su propio bando, es una demostración palpable de lo bajo que ha caído en España la profesión de político, a la que acuden los más ambiciosos, en busca de dinero, exito, privilegios y brillo social, todo eso sin apenas exigencias, sin rendir cuentas a los ciudadanos, encuadrados en partido compactos como falanges macedónicas y sin tener que exhibir un curriculum atractivo ni contar con otros valores que no sean la capacidad de ser un despreciable pelota sometido al jefe, mientras trepas, subes y llegas al disfrute del poder.

Hay mucho morbo y mucha pestilencia oculta detrás del asunto Cifuentes. La Tribuna de Cartagena, un periódico que hay que leer para conocer algunos secretos escondidos en las cloacas del poder, acaba de publicar un artículo estremecedor, cuya lectura provoca unas ganas irresistibles de emigrar a un país decente.

Cristina Cifuentes ahora y antes Rita Barberá y otros muchos, han sido víctimas de sus propios errores y de las bajezas que infectan la vida política española. Los políticos y los partidos coleccionan dossieres para defenderse y atacar a sus adversarios, con informaciones explosivas y con un elenco de traiciones y suciedades que si salieran a la luz los españoles tendríamos que salir corriendo hasta más allá de nuestras fronteras para escapar del hedor.

La vida de la acribillada Cifuentes ha debido ser un calvario, atribulada por secretos inconfesables, chantajes, presiones, acosos y una lista de desvergüenzas e inmoralidades que ningún país decente debería tolerar en las alturas del poder y en el corazón de sus instituciones.

Hasta que esa terrible y sucia dinámica no cambie y la política recupere lo que es su esencia, que los mejores sirvan al pueblo desde instituciones controladas por las leyes y normas de la democracia, España será un país decadente, problemático, sin prestigio, poco fiable y carcomido por la suciedad y la corrupción.

Francisco Rubiales

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Viernes, 27 de Abril 2018
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