La lucha a cuchilladas entre Gallardón y Esperanza Aguirre es decepcionante. Compiten como niñatos por el predominio en Madrid y se despellejan vivos en el seno de Caja Madrid, la cuarta institución financiera de España, a la que están poniendo en peligro, ante un Zapatero que se relame de gusto ante el lamentable espectáculo del PP, que distrae la atención de la opinión pública e impide que la ciudadanía española se centre en su verdadero drama, que es la ruina de la nación, pésimamente pilotada por Zapatero y su gobierno.
Deberían estar defendiendo la democracia y proponiendo, por ejemplo, que los políticos abandonen las cajas de ahorro, en cuyos consejos se sientan para someterlas, utilizarlas y, muchas veces, también para arruinarlas, pero luchan entre ellos como irresponsables, lanzando a la ciudadanía el mensaje inquietante de que todos los políticos son iguales y que ninguno de los dos grandes partidos políticos españoles, PP y PSOE, merece gobernar España.
A los demócratas españoles, frustrados e indignados ante el antidemocrático "espectáculo" de ineficacia y corrupción que está ofreciendo el gobierno de Zapatero, nos gustaría que el PP demostrara que sintoniza con la regeneración de la democracia y que es un partido diferente y mejor que el PSOE, pero la lucha a cuchilladas entre Gallardón y Esperanza Aguirre por el poder en el PP y el control de Caja Madrid está demostrando justo lo contrario, que ambos partidos se sienten a gusto en la partitocracia oligórquica que domina a España y que son similares en déficit ético, obsesión por el poder e irrespeto a las reglas de la verdadera democracia.
El PSOE, que se siente angustiado ante el temor de que los ciudadanos capten toda la tragedia que representa su mal gobierno, que está llevando a España hacia la ruina ética y económica, se frota las manos ante la lucha barriobajera que protagonizan Esperanza y Gallardón, la cual alimentan y espolean a través de sus portavoces y de medios de comunicación afines, como el diario El País, un medio que llegó a ser grande y ejemplar pero que se ha vuelto vulgar y engañoso en su actual agonía.
Numerosos observadores y analistas políticos perciben dos operaciones de acoso y derribo simultáneas: la primera de ellas es de Rajoy y Gallardón contra Esperanza Aguirre, que representa la única oposición interna sólida frenta al dominio de Rajoy en el partido; la otra es del PSOE, orientada a desprestigiar la comunidad de Madrid, que, bajo el gobierno del PP, se ha convertido en el territorio más próspero y libre de España, todo un ejemplo de lo que podría hacerse en toda la nación con un buen gobierno.
Pero lo grave del asunto es que, si quiere ganar las elecciones, el PP debería demostrar a los ciudadanos que es mejor y distinto que el PSOE, concentrando su esfuerzo en prometer lo que el país demanda: una regeneración de la democracia, corrompida y adulterada por los partidos políticos que gobiernan. Sin embargo, en lugar de luchar por la limpieza, la unidad y el resurgimiento de España como pueblo, los del PP se pelean entre ellos como bandas callejeras y proyectan hacia el ciudadano el inquietante y desesperanzador mensaje de que "todos los políticos son iguales".
Mientras tanto, Zapatero, Pepiño y todos los principales artífices del actual drama de España, se relamen de placer ante el espectáculo de una oposición decepcionante, incapaz de ilusionar y de devolver la esperanza a una sociedad que cada día cree menos en la alternancia y cuya única salida es el desprecio a sus dirigentes.
Deberían estar defendiendo la democracia y proponiendo, por ejemplo, que los políticos abandonen las cajas de ahorro, en cuyos consejos se sientan para someterlas, utilizarlas y, muchas veces, también para arruinarlas, pero luchan entre ellos como irresponsables, lanzando a la ciudadanía el mensaje inquietante de que todos los políticos son iguales y que ninguno de los dos grandes partidos políticos españoles, PP y PSOE, merece gobernar España.
A los demócratas españoles, frustrados e indignados ante el antidemocrático "espectáculo" de ineficacia y corrupción que está ofreciendo el gobierno de Zapatero, nos gustaría que el PP demostrara que sintoniza con la regeneración de la democracia y que es un partido diferente y mejor que el PSOE, pero la lucha a cuchilladas entre Gallardón y Esperanza Aguirre por el poder en el PP y el control de Caja Madrid está demostrando justo lo contrario, que ambos partidos se sienten a gusto en la partitocracia oligórquica que domina a España y que son similares en déficit ético, obsesión por el poder e irrespeto a las reglas de la verdadera democracia.
El PSOE, que se siente angustiado ante el temor de que los ciudadanos capten toda la tragedia que representa su mal gobierno, que está llevando a España hacia la ruina ética y económica, se frota las manos ante la lucha barriobajera que protagonizan Esperanza y Gallardón, la cual alimentan y espolean a través de sus portavoces y de medios de comunicación afines, como el diario El País, un medio que llegó a ser grande y ejemplar pero que se ha vuelto vulgar y engañoso en su actual agonía.
Numerosos observadores y analistas políticos perciben dos operaciones de acoso y derribo simultáneas: la primera de ellas es de Rajoy y Gallardón contra Esperanza Aguirre, que representa la única oposición interna sólida frenta al dominio de Rajoy en el partido; la otra es del PSOE, orientada a desprestigiar la comunidad de Madrid, que, bajo el gobierno del PP, se ha convertido en el territorio más próspero y libre de España, todo un ejemplo de lo que podría hacerse en toda la nación con un buen gobierno.
Pero lo grave del asunto es que, si quiere ganar las elecciones, el PP debería demostrar a los ciudadanos que es mejor y distinto que el PSOE, concentrando su esfuerzo en prometer lo que el país demanda: una regeneración de la democracia, corrompida y adulterada por los partidos políticos que gobiernan. Sin embargo, en lugar de luchar por la limpieza, la unidad y el resurgimiento de España como pueblo, los del PP se pelean entre ellos como bandas callejeras y proyectan hacia el ciudadano el inquietante y desesperanzador mensaje de que "todos los políticos son iguales".
Mientras tanto, Zapatero, Pepiño y todos los principales artífices del actual drama de España, se relamen de placer ante el espectáculo de una oposición decepcionante, incapaz de ilusionar y de devolver la esperanza a una sociedad que cada día cree menos en la alternancia y cuya única salida es el desprecio a sus dirigentes.