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(DS) La gran frustración del siglo XXI es la "casta" política





La casta no solo caza ciervos
El siglo XXI comenzó acumulando frustración e inseguridad a grandes dosis, no sólo por el auge del terrorismo, sino porque la gran esperanza de que la derrota del comunismo abriría una etapa de paz y de justicia quedó pronto hecha añicos. Muchas exigencias de la justicia y del progreso, como la lucha contra el hambre y la desigualdad, habían quedado aplazadas por las exigencias de la Guerra Fría y, ente el estupor de los ciudadanos, fueron aplazadas de nuevo ante la nueva guerra contra el terrorismo, más cruel si cabe que aquella vieja guerra, siempre en tablas, entre Estados Unidos y la URSS.

Ante la sospecha de que la amenaza terrorista es la nueva gran mentira y la excusa que el poder siempre busca (y encuentra) para incrementar su dominio, grandes grupos de la sociedad civil se están divorciando aceleradamente de la política y se alejan del Estado, dominado por una odiosa, inepta y brutal "casta" de políticos profesionales, un fenómeno nuevo que tal vez marque la historia de la libertad en el presente siglo.

Ha llegado la hora de que el ciudadano recupere el control de la situación porque los políticos, protagonistas indiscutibles de un siglo XX desastroso y sangriento, han demostrado hasta la saciedad que no están a la altura de la Historia, ni capacitados para liderar a los humanos en tiempos tan complejos. La política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. La "casta" es una plaga indecente, digna de oprobio y merecedora de las cloacas.

Para conseguirlo habrá que sustituir la vieja política, ineficaz, negativa, bastarda, elitista y generadora de corrupción y de conflictos de convivencia, por una nueva cuya prioridad sea el desarrollo de la ciudadanía y de los valores. La evidencia de que la vieja política es un sucio esperpento y un malévolo atentado contra la dignidad humana es palpable. El rumbo de la política actual es tan decepcionante que ni siquiera merece llamarse política porque sus métodos se han revelado deplorables y sus logros han sido frustrantes: marginación del ciudadano, incapacidad para generar felicidad, un mundo inaceptable, un Estado engreído, ocupado y controlado por partidos políticos insaciables y vacíos de grandes ideales, una sociedad civil acosada y desarmada y una estructura de poder que no sólo es incapaz de solucionar lacras como la injusticia, la desigualdad y la postración de los pobres, sino que ni siquiera sabe estimular las virtudes y valores o despertar en los humanos aquello de bueno que encierran.

La vieja política, impuesta por una "casta" de políticos profesionales apalancados en el poder, ha olvidado demasiadas obviedades: que los ciudadanos son imprescindibles para la democracia, que la ciudadanía no puede crecer donde los ciudadanos carecen de convicciones y que, sin ciudadanos, la libertad está acosada por demasiados riesgos. La política degradada ignora que el único cemento capaz de cohesionar la democracia es la creación de verdaderos ciudadanos. Rousseau ya veía nítido el camino hacia la democracia auténtica cuando recomendó: “Crea ciudadanos y tendrás todo lo que necesitas; sin ellos no tendrás sino esclavos envilecidos, desde los gobernantes del Estado hacia abajo”.

Poblar la sociedad de auténticos ciudadanos, orgullosos de su libertad y respetuosos, capaces de amar, deliberar y debatir, es la verdadera clave del éxito y la espoleta de la reforma necesaria. Crear ciudadanos puede parecer un objetivo fácil, pero no lo es. Se trata de un ejercicio raro y sofisticado que se sitúa en la cumbre de la civilización y que exige dosis elevadas de inteligencia, generosidad y armonía. Crear ciudadanos es toda una tarea digna de hombres y mujeres libres, que jamás aceptarían ser esclavos.

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Martes, 1 de Junio 2010
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