Colaboraciones

COMUNISMO O LIBERTAD



Rara vez publicamos un artículo de un medio ajeno en Voto en Blanco, pero a veces lo hacemos porque lo consideramos excepcional y necesario para nuestros lectores. Es el caso de hoy, que publicamos un trabajo de "Disidencia" sobre el comunismo en España.
---



El comunismo mata la libertad y genera pobreza, desierto y cárcel
Las ideas comunistas ocupan ya en nuestro país un espacio importante en la opinión pública, en los Parlamentos, en el Gobierno y en la Administración. Tenemos ministros, consejeros, altos funcionarios, diplomáticos, diputados y grupos parlamentarios, tanto a nivel nacional como regional, que se declaran marxistas, comunistas, o defienden abiertamente el castrismo, el chavismo o cualquier otra variante. Siendo esto así, y es fácilmente contrastable que lo es, resulta conveniente preguntarse por las fuerzas que empujan hacia dicha ideología totalitaria y también por el recorrido que pueda tener en un sistema y una sociedad como la nuestra.

En efecto, ya no es que vivamos una situación en la que todas las fuerzas antiliberales se estén combinando contra todo lo que es liberal, como advirtió en su día A. Moeller van den Bruck, sino que el comunismo está asentado en la Res Publica y sólo tiene como obstáculo para su desarrollo el sistema constitucional, quienes lo aplican, y los equilibrios políticos fruto de las elecciones. Son estos equilibrios y las marcas blancas que confunden al electorado ocultando su perfil marxista-leninista, los que permite al comunismo seguir acaparando poder en la Administración y ampliar sus bases y poder con el instrumento más estimulante de todos: la prebenda.

Cuando el comunismo, en su versión adaptada, se apodera de una sociedad, la opinión pública y las denominadas «élites» luego les dirán que no se percataron del rumbo que habían tomado los acontecimientos ni de la gravedad y consecuencias de las decisiones que estaban tomando los comunistas, incluso los no declarados

Así las cosas, conscientes de que hay una relación directa, aunque no inmediata, entre colectivismo y miseria, como también existe entre liberalismo y progreso, libertad o bienestar, parece lógico plantear el estado de cosas en estos términos. Téngase en cuenta, para el correcto análisis, que, en nuestro país, el mainstream, y hasta el sistema educativo, se ocupan de sugerir otras cosas y promover también diferentes formas de colectivismo, sin olvidar otro problema que no es menor, pues aquí, incluso quienes se dicen liberales, la mayoría de ellos, intrigan, participan y trabajan para todo lo contrario, recordándonos aquello de que en España los reaccionarios siempre fueron de verdad y los liberales de pacotilla. En verdad, son pocos los que creen en la importancia de anteponer la libertad a la igualdad y en el Estado mínimo como forma de legitimación de poder político. Menos los que saben que las clases sociales no se deben nada unas a otras, y menos aun los que defienden el uso racional de las finanzas y recursos públicos, alejado de la ideología, como garantía de bien común. Entre nuestros liberales y «centristas reformadores» tampoco encontramos a nadie que defienda que la calidad de eso que llamamos «Estado del bienestar» se debe medir por el resultado de sus programas y no por sus planteamientos, es decir, por el número de personas que pueden ganarse la vida de manera autónoma, no por las que dependen del asistencialismo monitorizado por los partidos,

El panorama es consecuentemente desolador y, aunque nos llamen gimnastas del pesimismo, es lógico preocuparnos por el desarrollo de las ideas siniestras del comunismo. Preocupación que se justifica además porque hoy se habla con ambages de liberalismo y de comunismo con desenvoltura, a pesar del currículo, la bibliografía y hasta la reciente declaración del Parlamento Europeo. Sigue vigente esa creencia de que el socialismo, el comunismo, o como quieran llamarlo, no acaba siempre igual, es decir, salvarlo o respetarlo porque en verdad «no se ha implementado correctamente». A esto se llega por la errónea comparación, es decir, por creer que lo que sucede o ha sucedido en otros lugares aquí no puede pasar, so pretexto de argumentos absurdos e ilusorios como «la Unión Europea no lo permitiría», «aquí tenemos unas instituciones más desarrolladas», o «la Constitución no lo consiente». Lo cierto es que la tiranía colectivista rara vez se presenta y desarrolla como la hemos conocido en otros lugares y momentos. Aunque participa de elementos o características comunes, se adapta a cada realidad nacional y a cada momento. Ignorar esto consiente a sus promotores y chamanes la caricaturización pública y desprecio de quienes lo advierten. Por eso, si usted cita Venezuela se ríen, y si menciona la RDA gesticulan con aspavientos. Siendo, como son, admiradores de una y otra cosa y pretendiendo, como pretenden, la implementación de esos modelos.

No les van a decir que quieren el castrismo en la Península Ibérica, pero nuestros tiranos han aprendido que se puede desmantelar el Estado de derecho, es decir, la protección de los ciudadanos frente al poder político, invocando insistentemente «democracia», «moderación», «derechos», «progreso» y todas esas supercherías, reduciendo así toda la arquitectura democrática a mera fachada. No hay que ocultarlo más, nuestro país no es una democracia plena ni presenta ya un estándar aceptable en lo que a Rule of law se refiere, por mucho que autoridades o instituciones les digan otra cosa. De hecho, para intentar su restablecimiento lo primero debería ser, precisamente, reconocer que esto es así, que nuestro sistema político y jurídico está plagado de corruptelas, que los hemiciclos y consistorios están llenos de diputados, senadores, alcaldes y concejales que no son demócratas, y que estamos inmersos en un proceso de conformación de un régimen autoritario adaptado a nuestra realidad nacional.

Disidentia

(Si desea visitar el sitio original del artículo, pulse AQUÍ

- -
Viernes, 16 de Abril 2021
Artículo leído 1071 veces

También en esta sección: