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CASTIGADOS POR NUESTROS PECADOS



El cruel castigo que sufrimos los españoles, víctimas de gobernantes injustos y de una casta política que está destruyendo nuestra convivencia, nuestra paz y nuestra nación, es la consecuencia de nuestros pecados. Durante décadas hemos estado pecando e incumpliendo nuestras obligaciones democráticas, entre las que sobresalen el respeto a los valores y la vigilancia y el control de los gobernantes. Como consecuencia de esos abandonos y carencias, hemos permitido que los políticos se hayan pervertido, acumulado un poder desmesurado, adueñado del Estado y destrozado nuestros valores y nuestra nación.

Es la tesis que plantea Yorick en su comentario, que hoy destacamos convirtiéndolo en artículo de portada. En concreto, el pecado que nos está haciendo vivir un infierno es la dejadez, hija de la pereza.
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Las derechas han atribuido a Sánchez al menos seis golpes de Estado desde que es presidente
La situación de España es un castigo por nuestros pecados.

Nuestros pecados son muchos y diversos; los más, personales e intransferibles. Pero voy a centrarme en uno de ellos, asociado a la pereza y, por tanto, pecado capital. Estoy hablando de la dejadez.

Dejadez comete quien cede la exclusiva sobre la educación de sus hijos a los docentes, o quien conforma su opinión sobre las cosas basándose en un telediario, o quien entrega el voto sin exigir contrato firmado. Dejadez comete, en fin, quien confía en que los gobernantes harán lo que mejor convenga y cede al poder derechos que son personales, intransferibles e irrenunciables.

Así, olvidado de sí mismo, enajenado, el ciudadano termina votando a sonrientes sinvergüenzas como Trudeau, Macron o Pedro Sánchez, con hardware y software de maniquí, sección de caballeros.

Tampoco nos flagelemos demasiado, que las más de las veces no hay alternativa decente. Llegados a este punto, solo queda despertar y enseñar los dientes, y en eso están los camioneros, los agricultores y ganaderos, etc. Aunque pienso que la inflación juega su papel en todo este jaleo. Algo va a pasar, algo tiene que pasar, y no necesariamente será algo bueno.

La conmoción tiene componentes atávicos, que podemos rastrear hasta los tiempos de Caín y Abel, cuando tuvo lugar el primer enfrentamiento entre distintas formas de vida, resuelto a golpes.

Es la eterna lucha entre el campo y la ciudad, dos mundos tan distintos como complementarios. Es la lucha que subyace en las incursiones parisinas de los chalecos amarillos, en el apoyo a Trump de los rednecks y, si bien de forma menos evidente, en la presente marcha de camioneros (la mayoría de los cuales, tradicionalmente, proceden de zonas rurales).

El campo aborrece las modernas gilipolleces del progresismo urbanita, sobre todo las insultantes y amenazadoras gilipolleces ecologistas. Que un pinchaúvas como Garzón (incapaz de distinguir el trigo de la cebada o una golondrina de un vencejo) pretenda imponer sus sandeces al mundo agropecuario es algo que indigna.

Yorick

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Lunes, 7 de Febrero 2022
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