Los expertos creen que la corrupción hace perder cada año a España entre siete y diez puntos del PIB, en torno a cien mil millones de euros, una cantidad suficiente para apuntalar la caja de reserva de las pensiones y garantizar su cobro por medio siglo. Ese dinero desaparece por las alcantarillas y va al bolsillo de gente poderosa, sobre todo a políticos y grandes defraudadores.
Las encuestan reflejan que la sociedad española tiene un intenso deseo de regeneración y que el mayor sueño de los ciudadanos es vivir en un país donde los políticos no roben, en el que funcione la democracia, la justicia sea independiente, desaparezcan la corrupción y el desempleo, retroceda la pobreza, se reconstruyan los valores y se distribuya la riqueza con justicia.
Pero, al mismo tiempo, esos mismos ciudadanos que sueñan con un país mejor, sostienen el corrompido sistema cada vez que se abren las urnas, votando a ladrones y corruptos, a los partidos culpables de la decadencia e injusticia, convertidos en el gran obstáculo que impide que España se regenere y sea un país decente. Es más, los españoles, con alma de esclavos, admiran y babean cuando sus políticos ineptos y depredadores, despojados de honor y de valores y cargados de errores y abusos, aparecen en la televisión o se hacen visibles en las calles. Son tratados como héroes, cuando sólo son villanos.
La verdad es que ese comportamiento de admirar y votar a verdugos y ladrones para que nos gobiernen es patético e incomprensible.
Muchos creen que la clave de la batalla contra la corrupción es cambiar las leyes para que los corruptos sean castigados, pero eso no es cierto. El inicio de la regeneración pasa por generar ciudadanía y conseguir que el pueblo se arme de valores y principios y deje de ser inculto, cobarde y fanático. Con un pueblo libre y ético, los canallas y los corruptos no tienen cabida y tendrían que escapar para no ser castigados por la furia indignada de la ciudadanía democrática.
La reforma del Estado y la aprobación de leyes duras con la corrupción y el abuso de poder no cambia la sociedad y sólo reprime el vicio por miedo al castigo. Únicamente la educación y la cultura del pueblo pueden cambiar la sociedad en sus raíces y fundamentos, creando las bases para una verdadera democracia y una nación justa y decente.
Francisco Rubiales
Las encuestan reflejan que la sociedad española tiene un intenso deseo de regeneración y que el mayor sueño de los ciudadanos es vivir en un país donde los políticos no roben, en el que funcione la democracia, la justicia sea independiente, desaparezcan la corrupción y el desempleo, retroceda la pobreza, se reconstruyan los valores y se distribuya la riqueza con justicia.
Pero, al mismo tiempo, esos mismos ciudadanos que sueñan con un país mejor, sostienen el corrompido sistema cada vez que se abren las urnas, votando a ladrones y corruptos, a los partidos culpables de la decadencia e injusticia, convertidos en el gran obstáculo que impide que España se regenere y sea un país decente. Es más, los españoles, con alma de esclavos, admiran y babean cuando sus políticos ineptos y depredadores, despojados de honor y de valores y cargados de errores y abusos, aparecen en la televisión o se hacen visibles en las calles. Son tratados como héroes, cuando sólo son villanos.
La verdad es que ese comportamiento de admirar y votar a verdugos y ladrones para que nos gobiernen es patético e incomprensible.
Muchos creen que la clave de la batalla contra la corrupción es cambiar las leyes para que los corruptos sean castigados, pero eso no es cierto. El inicio de la regeneración pasa por generar ciudadanía y conseguir que el pueblo se arme de valores y principios y deje de ser inculto, cobarde y fanático. Con un pueblo libre y ético, los canallas y los corruptos no tienen cabida y tendrían que escapar para no ser castigados por la furia indignada de la ciudadanía democrática.
La reforma del Estado y la aprobación de leyes duras con la corrupción y el abuso de poder no cambia la sociedad y sólo reprime el vicio por miedo al castigo. Únicamente la educación y la cultura del pueblo pueden cambiar la sociedad en sus raíces y fundamentos, creando las bases para una verdadera democracia y una nación justa y decente.
Francisco Rubiales